El Cirineo ayuda a Jesús a llevar la cruz

Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús (Lc 23, 26).

A Jesús le fallan las fuerzas. Es lógico que después de los tormentos sufridos no le queden fuerzas, y mucho menos para llevar la cruz hasta la cima del Gólgota. Los soldados ven la debilidad de Nuestro Señor, pero quieren que Cristo llegue hasta el lugar de la ejecución. Cristo sigue solo en medio de la gente. No hay ningún amigo que le ayude a llevar la cruz. Hay demasiadas cobardías y miedos. Los soldados romanos tienen que recurrir a un extraño que viene de su trabajo y obligarle a llevar la cruz. El Señor recompensará este favor: la gracia vendrá sobre Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo (Mc 15, 21), que serían pronto cristianos destacados de la primera hora.

Los soldados obligaron al Cirineo a llevar la cruz con Jesús, no por compasión hacia Nuestro Señor, sino porque estaban viendo que su debilidad iba en aumento y temían que pudiera morir antes de llegar al Calvario. El Señor quiso ser ayudado por el Cirineo para enseñarnos que nosotros -representados en Simón- hemos de ser corredentores con Él.

Dios Padre, en su Providencia, decidió proporcionar a su Hijo este pequeño consuelo en medio de los más atroces sufrimientos, de manera semejante a como en Getsemaní envió a un ángel para que le confortara en aquella agonía.

A veces nos encontramos con la cruz sin buscarla. Simón de Cirene tampoco contaba con aquel episodio, el de ser obligado a ayudar a un reo de muerte a llevar la cruz. Se encontró de manera inopinada, sin buscarla, con la cruz. Pero encontrarse con la cruz es encontrarse con Cristo. Simón había realizado, como todos los días, su trabajo en el campo, y volvía a su casa para el merecido descanso. Sin embargo, los planes de Dios son distintos y se le exige un esfuerzo añadido.

Cabe imaginarse que la primera reacción de Simón fue de desagrado por un servicio impuesto a la fuerza y de suyo repelente. Pero en contacto con la Santa Cruz -altar donde se iba a inmolar la Víctima Divina- y la contemplación en primer plano de los sufrimientos y muerte de Jesús, debieron tocar su corazón, y de indiferente, el Cirineo bajó del Calvario fiel discípulo de Cristo. San Marcos se detiene en detallar que Simón era padre de Alejandro y Rufo. Parece que Rufo, años después, se trasladó con su madre a Roma; san Pablo les envía saludos cariñosos en la Carta a los Romanos: Saludad a Rufo, el elegido del Señor, y a su madre, que lo es también mía (Rm 16, 13).

Excelente recompensa la de Jesús. Cuántas veces la divina Providencia, a través de un desagradable incidente, nos sitúa de cara al dolor y se efectúa en nosotros una conversión más radical.

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