¿Verdad que podemos acordarnos con claridad, como si fuera hoy, de la primera vez que vimos una Procesión en la calle? ¡Que tendría aquello que se nos metió entre las venas, y nos hizo vibrar con fuerza, y nos llevó a obligar a nuestros padres, porque éramos aún pequeños, a que al día siguiente estuviéramos los primeros para ver otra procesión o ir por la mañana a la iglesia a ver montar los pasos!
¡Qué tendría aquello que nos mantuvo uno y otro día tarareando las marchas procesionales, en Navidad y en verano, o que nos llevó
a dibujar capillos y capirotes en las esquinas de los cuadernos!
Qué tendría aquello que nos hizo gritar por dentro: ¡Yo quiero ser Papón!
Probablemente, no caímos en la cuenta de lo que significaba todo aquello. Nadie nos había dado una catequesis sobre lo que significaba ser Papón, pero aquella procesión, aquellos momentos en la iglesia, nos atrajo hacia sí con la fuerza de un imán y así, sin pensarlo demasiado, nos hicimos Papones y decidimos acompañar a nuestro Cristo o a Nuestra Virgen.
Y ahora, en la mayoría de los casos, vemos cómo nuestra familia siente con nosotros la Cofradía y nos apoya, aunque siempre habrá alguno que diga: “lo que hay que aguantar”, solo le pido a Dios que sigamos viviendo los días que se acercan con los nervios de unos novios el día de su boda, preocupados de que nada falle, ni el tiempo, ni las flores, ni los músicos, ni los papones..
Que la prepotencia por figurar de tanto dirigente de Cofradía, el afán por ser reconocido, el postureo paponil, no desvíe la mirada de lo más importante.
Que nadie nos quite la ilusión por nuestra Semana Santa, que nadie nos quite la ilusión de ser Papones.