CÓMO LA VIRGEN DE LA AMARGURA SE QUEDÓ EN CASA (II)

Voy a seguir contando mis vivencias, esta vez de las procesiones del Entierro de otros años. Son vivencias que muchos habéis experimentado. Estoy seguro. Y es parte de lo que viví y de mis impresiones en la desgraciada tarde de Viernes Santo de 2017.

¿A quién echamos la culpa?

En toda crisis que se precie es importante echar las culpas a otro, a un tercero. Lo ideal es encontrar alguien o algo que sea imposible cambiar, así no hay que hacer nada. En este caso, el culpable perfecto es la cofradía de “Jesús” y su procesión de “Los Pasos”.

La procesión del Viernes Santo por la mañana se ha alargado más de lo razonable en los últimos años, primero se recogía a las tres, luego a las cuatro de la tarde, a veces más… El recorrido es muy largo y los braceros – que solemos ser los mismos por la mañana y por la tarde – acusamos el cansancio. Cuando se añade mucho calor, como este año, todo el mundo llega muy castigado y el resultado es que no quedan fuerzas, ni ganas para pujar en el Santo Entierro, así que las bajas son abundantes.

La realidad es que siempre faltó gente para sacar el Santo Entierro, tanto en año par como impar. Daba igual que la cofradía de “Jesús” llegase a las dos o a las cuatro de la tarde. Y supongo que si acortase su recorrido, por las tardes siga habiendo falta de braceros.

En el Entierro siempre era fácil encontrar almohadillas vacías. Cuando yo tenía 16 años (o menos) siempre encontré huecos libres para pujar en el Entierro y pujé en diferentes pasos. Y pujé también en la Amargura los años que se salía del obispado. En esta virgen tan especial, sin apenas adornos y que mira triste una cruz tumbada en el suelo. Me gustaba entonces y ahora.

Las pujas en el Santo Entierro (me da igual de Minerva o de Angustias) siempre han sido duras, agónicas y recias por falta de gente. No hay relevo, ni descanso, así que todos se piensan dos veces acudir allí. Como dice mi amigo Jorge, ahí solo van los braceros de verdad.

Mi buen amigo Jorge es un bracero de verdad. De los que se dan una paliza el Viernes Santo, hace pujas duras y viene a disfrutar a la Amargura, que siempre ha tenido una puja bonita. Este Viernes Santo su coraje de papón hizo que al final de la procesión se arrancase el emblema y las bocamangas moradas y las dejase encima del paso de la Amargura.

Por favor Jorge, no dejes la Amargura, nos hacen falta tu sonrisa y tus bromas. Recuerda que en otros momentos malos me animaste a mí para que siguiera en el paso.

Minerva supo adaptarse bien en el pasado. Primero eliminó un descanso que se hacía en San Isidoro, alargaba demasiado la procesión y hacía que la gente se fuese a casa. Después ha modificado su recorrido, adaptándose y sin anclarse en tradiciones absurdas. Y este año había acortado otro poco el itinerario para ayudar.

Con esto quiero decir que no es necesario echar la culpa a nadie. Cada uno puede buscar soluciones…., si lo desea claro.

 

También es posible convertirse en un fatalista. “Son los tiempos”, “no hay gente”, se oye. Es como decir que estamos en manos del destino y no hay nada que hacer. Otra buena excusa para la desidia.

En la actualidad todas las cofradías achacan falta de braceros. Todas sin excepción, hasta la de “Jesús”, en apariencia más boyante en ese aspecto. El motivo principal es el bajón demográfico de León. Yo pertenezco a la generación del baby boom, nacidos en la década de los 60 y comienzos de los 70. Cuando tuvimos edad de pujar, todos los pasos se ampliaron desde 60 a los 80 ó 90 braceros que tienen ahora. Pero nuestra generación ahora está en el entorno de los cincuenta años de edad, empieza a tener achaques de salud y ya no hay la misma resistencia física que permitía pujar en “Los Pasos” y después en el Entierro.

No ha vuelto a existir una generación tan numerosa como la nuestra y porque en las décadas siguientes nacieron muchos menos niños. Además la falta de trabajo en León, ha hecho que mucha gente joven se haya ido a vivir a otros lugares. Algunos han mantenido el apego a su ciudad natal y su Semana Santa. Otros, en cambio, se han integrado en sus nuevas ciudades de residencia y en sus tradiciones.

¿Se veía venir lo que ocurrió este año?

La respuesta, es claramente si. Hubo avisos como para tomárselo en serio. El desastre se produjo por desoír todas las señales.

En la anterior procesión del Santo Entierro, del año 2015, el paso salió con huecos en la delantera y aumentaron hasta llegar a ser una docena de almohadillas vacías en la calle del Cid. Entonces la puja se hizo casi imposible y un auténtico suplicio. El paso iban tan agachado que algunos braceros llevaban la almohadilla sobre la espalda doblada, en lugar de sobre el hombro. Pasamos por una agonía en la que dudamos que pudiésemos terminar la procesión. Pero llegamos porque la Amargura no puede quedar aparcada en la calle.

Durante el Entierro de 2015 el seise del paso se quedó bloqueado. Sin saber qué hacer. Como en un barco, los marinos mirábamos al capitán diciendo, “nos hundimos, capitán”. Y el capitán no hacía más que responder “¡y qué queréis que haga yo!”. Algunos hermanos reaccionaron y paliaron como pudieron la situación moviendo gente de sitio o buscando suplentes en otros pasos. Y al final llegamos.

Después de esa mala experiencia algunos dejaron la cofradía. Otros solo se dieron de baja del paso y se apuntaron en otro. Como el joven Javier, a quien no le asusta una puja dura, porque ni más ni menos, se fue al Descendimiento. Nombre que roza la leyenda. A Javier lo que le asusta es la estupidez. Le asusta navegar en un barco sin capitán. Ahora, pomposamente se llama “capacidad de liderazgo”. Pero toda la vida se llamó saber mandar.

Y Javier se fue a un lugar que pasó de una puja imposible, a ser un ejemplo para toda la Semana Santa de León. A pesar de su juventud y llevar pocos años pujando, él ya sabe que no es necesario echar la culpa a nadie. Sabe que siempre hay solución.

De una tarde como el Entierro de 2015 hay quienes aprenden malas lecciones. Pervierten la lectura. Hagas lo que hagas, por mal que lo hagas, el paso siempre llega y los braceros al final lo consiguen. Es lo que aprenden quienes visten capa blanca y llevan una vara brillante y jamás meten el hombro, pase lo que pase. Lo atribuyen a una dosis extra de testosterona. En cambio, si eres un bracero de verdad sabes que muchos años se ha conseguido llegar a fuerza de coraje, mucho sufrimiento y una semana de dolor de espalda. Y que algún año dejarás de hacer la mula, dejarás el paso y la cofradía.

Este año 2017, a la hora de tomar la decisión de dejar el paso sin salir pesó mucho la experiencia de 2015. Si salíamos con 15 huecos en la parrilla delantera y sin capitán del barco, lo más seguro es que el paso varase en cualquier lugar. La plaza Mayor, la de la Catedral…, no mucho más allá. Los braceros fuimos los primeros en decir que en estas condiciones ni se podía, ni se debía salir. Porque la Amargura no puede quedar en la calle.

¿Si hubo un aviso tan serio por qué no se puso remedio?

Después de la desagradable procesión del 2015 se prometió poner remedio para que no se repitiese, ni las cosas fuesen a peor. Tomar medidas como tallar el paso, recolocar a los braceros por alturas para actualizar la situación, ya que escasea la gente de entorno a 1,70 m hay que recolocar a los braceros.

Por este motivo se nos pidió por correo electrónico nuestra estatura y el lugar dónde pujamos para hacer una plantilla de la colocación de braceros. Se dijo que en 2016 se tallaría a los braceros y se nos re-ubicaría… La realidad es que no se hizo nada. Se dieron muchas excusas, un completo catálogo de excusas. Vergüenza y a mi si que me da auténtica pereza repetirlas. Que las repita quien las inventó y se autoconvenció de que eran reales. Hubo tantas promesas, como excusas para no cumplirlas. Y una vez que pasó el susto…, prevaleció la pereza.

Con estos precedentes, este año la reunión del paso se hizo la semana antes de Semana Santa y solo ante la insistencia de algunos braceros… Así que este Miércoles Santo se volvió a llegar con huecos y un día que siempre había una puja elegante, el final de la procesión fue duro. Los augurios para la tarde de Viernes Santo eran malos.

No sé si podía haber más avisos.

¿Qué ocurre cuando un paso no sale en la procesión?

Cuando la Virgen de la Amargura se quedó en la carpa, un seise dijo que los braceros saliésemos tras su bandera “haciendo penitencia”. Pero no sabíamos por qué teníamos que hacer penitencia. Antes los ricos pagaban a los pobres para que hicieran la mili en su lugar o fueran a la guerra de Cuba. Ahora los braceros hacemos la penitencia que les corresponde a los seises. Penar sus pecados de pereza, de orgullo y tal vez los de envidia.

Salir con la bandera no sé si fue un castigo, si fue una denuncia, o fue un grito ahogado de rabia. No sabemos el pecado que cometimos. El de nacer en esta generación, el de hacernos mayores, el que hiciera calor ese día.

Mi amigo Juanra y yo pujamos juntos desde…, desde que es legal (dejémoslo ahí). No recuerdo desde cuando nos conocemos, porque se remonta a una infancia remota. Ahora él trabaja fuera, pero siempre viene a su Semana Santa. Pujamos siempre juntos, uno delante de otro, siempre nos hemos ayudado, compartido tardes duras de puja, otras jornadas memorables y hemos vivido esa tarde aciaga… Cuando la Virgen se quedó en la carpa él no quiso ir a ningún lado, no quiso separarse de la bandera que salió solitaria en la procesión.

Juanra caminó en silencio, como acostumbra, durante toda la procesión, tras la bandera de la Amargura. Si tu le preguntas, él te contesta breve y cortés y se vuelve a sumergir en sus pensamientos. Solo cuando en el Santo Sepulcro pidieron ayuda porque estaban apurados entró a pujar. Porque Juanra es un bracero de verdad. Sabe que debe ayudar a sus hermanos, jamás busca escusas estúpidas, ni echa la culpa a otros. Los dos llevamos muchas Pascuas de espaldas doloridas en el historial y sabemos que algún año nos acabaremos borrando.

***

Al final uno acaba entendiendo a los que no vinieron el Viernes Santo a su paso. Ellos forman parte de los culpables, sin castigo posible. Decidieron no ir por cansancio, por ahorrarse otra procesión inviable, otra vez una puja imposible, dolores de espalda y sobre todo ver a sus seises sacar pecho orgullosos de su capacidad inexistente. En realidad se ahorraron muchas más cosas.

Se ahorraron el disgusto de ver una procesión del Santo Entierro sin la Virgen de la Amargura. Se ahorraron vergüenza, traición, humillación, tristeza, juicio, rabia, coraje, olvido… Todo eso se ahorraron.

Se ahorraron oír cómo se acusaba a otros pasos el negarnos la ayuda. El pan y la sal. Después he sabido que llegó gente de otros pasos dispuestos a pujar. He recabado varios testimonios diferentes. Que la banda que acompaña a la Amargura el Viernes Santo (la agrupación de Angustias) ofrecía algunos de sus componentes como braceros.

Que abades de otras cofradías, en la representación quedaron consternados por la noticia. Y que hubieran hecho cuanto hubiera estado en su mano.

Después he recabado información y he sabido que nadie supo, ni quiso disponer a estos braceros en el paso. Mover y recolocar a la gente por alturas para cubrir huecos. Porque la ayuda tenía altura diferente al 1,70 ó 1,60 metros. Los que faltaron se ahorraron el ver cómo las manos que nos tendieron fueron cercenadas por la pereza, por la comodidad o la desidia. Quién sabe si por malicia.

Se ahorraron asistir a una cadena de acontecimientos insignificantes, sin mala intención, llenos de aparente incompetencia, granitos de arena en el camino. Pequeños gestos que condenaron a la Madre a no acompañar a su Hijo en el Entierro. Se ahorraron ver la sonrisa amigable de un Judas, sin beso. Ver que otros nos negaban por temor, como hizo Pedro con su Maestro. Tal vez por temor a enviar sus escasos braceros y verse después en dificultades.

Yo vi muchas capas blancas que se lavaban las manos, como Pilatos, cuando se condenó a un justo, a una Madre, a unos hijos… Se condenó por comodidad, por pereza, quién sabe si por rencillas pendientes. Y pude ver cómo se elegía salvar a otro u otros pasos, cómo se elegía, como a Barrabás. Y cómo se repartían sus despojos en forma de braceros esparcidos por toda la procesión.

Los que no vinieron se ahorraron el ver todo eso, esa tarde, en el patio de las Carbajalas entre los responsables de la cofradía.

***

Cuando terminó la procesión, la triste comitiva de la bandera de la Amargura, con su seise y sus braceros hizo ademán de entrar en la carpa, junto a su virgen. Según un hermano que hizo recuento éramos 12 almas, 6 niños y un seise. Pero la triste comitiva no pudo entrar a reunirse con la Madre, a buscar un poco de consuelo.

Hasta el consuelo nos negaron los sayones sin túnica, ni capa blanca. Ésos que caminan rápido por las filas de la procesión vestidos de traje oscuro y empujan a quien se ponga en su camino, sea mayor o niño. Que ordenan y dirigen la procesión con tono imperativo y dictatorial. Que durante décadas han tenido secuestrada a la cofradía. Los mismos que fueron a enterarse del problema y se fueron. Ellos le negaron el consuelo a la triste comitiva.

Los que no vinieron se ahorraron ver la bandera de la Amargura tratada como reo de muerte, juzgada y condenada. Nadie quiso acercarse a nosotros, nadie nos preguntó quiénes éramos, ni qué guerra habíamos perdido para regresar de tan lastimoso modo. No vieron cómo los braceros nos arropamos como pudimos, nos despedimos, sin que saliesen palabras, con unas palmadas en los hombros. Y nos fuimos. Sin más ceremonia.

Para nosotros, este año ninguna banda tocó una última marcha, ni se meció el paso. No hubo dos flores, ni un rezo final, ni enhorabuenas, ni hasta el próximo año. Ha sido el final más triste que he visto jamás. Más triste que los años que no salimos por la lluvia.

Se ahorraron oír al seise de la Amargura decir “ahora ya ni siquiera estoy enfadado”. Lo dijo después de caminar en silencio tras la bandera, un poco encorvado, entre los braceros. Sin cambiar ni una sola palabra con ellos, sin que nadie se acercarse a decirle nada. Me impresionó oír esas palabras. Parecía otro reo de muerte al que nadie quería acercarse, ni siquiera hubo una mujer valiente que enjugase su tristeza en su Vía Dolorosa. Era un condenado pidiendo perdón para sus verdugos.

En el medio de esa tarde aciaga, quienes acudieron a su procesión fueron castigados. Quienes se quedaron en casa se ahorraron la vergüenza. Hay quienes no ven ninguna solución y directamente ya se dan de baja de su paso o su cofradía, como hicieron muchos en el pasado. Y finalmente, hay quienes se quedan pensando que algo cambiará.