HOY ES DOMINGO DE RESURRECCIÓN

¡RESUCITÓ!
Hoy es el día en que todo empieza y todo acaba, el más alegre y el más amargo, el día que da sentido a la Pasión de Cristo y al hecho de ser cristiano, y, paradójicamente, el que más amargura infunde en los corazones de los que amamos y participamos en las celebraciones de Semana Santa. Hoy celebramos la resurrección de Cristo, aunque hayamos tenido que vivir la Vigilia Pascual con el sol aún alumbrando en el cielo a causa del dichoso toque de queda.
Como todo lo que ha rodeado a la Semana Santa en estos dos últimos años, hemos vivido unas celebraciones atípicas. Hace un año estábamos confinados en nuestras casas, no podíamos vernos, no podíamos visitar los templos (ni hablar de pisar la calle); vivimos una situación de angustia, desesperación e incertidumbre sobre la evolución de la pandemia. Aquel Domingo de Pascua confiábamos en que en septiembre podríamos celebrar el Encuentro Nacional de Cofradías en nuestra ciudad y en que esta primavera volveríamos a llenar calles e iglesias, a disfrutar de escenas, sonidos, olores y sabores propios de estas fechas, de la compañía de amigos y familiares, de procesiones y conciertos.
Pero… nos hemos quedado a medias. Un año más, penitencia de la buena. Un año más, la procesión fue por dentro. Ha habido celebraciones en comunidad, pero con limitación de aforo. Hemos podido ver a nuestras sagradas imágenes engalanadas, pero sin traspasar el umbral de los templos (alguna, por los pelos…). Hemos podido ver a nuestros amigos y hermanos, pero con distancia de seguridad. Y muchos de nosotros ni siquiera hemos podido viajar a nuestra ciudad a pasar los únicos días en que normalmente puede reunirse toda la familia, unos días que para nosotros son aún más familiares que la Navidad.
El anuncio de que no habría actos en la calle, que no se nos permitiría viajar entre comunidades autónomas y que las contadas celebraciones en que podríamos participar estarían sujetas a unas normas rigurosas, cayó como un jarro de agua fría y provocó en casi todos nosotros un sentimiento de frustración mucho más profundo que el de hace un año. La sensación general era de apatía, desgana, desilusión, porque casi llegaron a hacernos creer que era verdad, que «no habría Semana Santa». Pero se fueron acercando las fechas y, aunque esa frustración no nos abandonaba, fuimos animándonos, contagiándonos la esperanza unos a otros, haciendo que renaciera de nuevo la ilusión. Y es que, si algo nos enseñó la pandemia, es que la Semana Santa no se puede suspender. Podemos vivirla de manera mucho más introspectiva, pero VIVIRLA, al fin y al cabo. Porque somos cristianos, y porque, aunque un bicho y unas normas nos prohíban ver a nuestras familias, celebrar conciertos, sacar procesiones, reunirnos con amigos o celebrar Via Crucis y vigilias a las horas y en los lugares apropiados, nada ni nadie podrá quitarnos jamás la ilusión de ser papones.
Habrá más Pascuas de Resurrección. Habrá más Semanas Santas.
¡Papones, Felices Pascuas!
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