CÓMO LA VIRGEN DE LA AMARGURA SE QUEDÓ SIN SALIR (I)

Emilio Campomanes, bracero de la Virgen de la Amargura.

 Me gustaría explicar lo ocurrido en la tarde del Viernes Santo en el patio de las Carbajalas. Por limpieza mental mía, de la cofradía y de mis hermanos braceros del paso de la Amargura. Con sinceridad, de primera mano, contando solo lo que yo vi. No “lo que me contaron”. Sin habladurías.

La tarde ya se auguraba dura. Todos sabemos que cuando la procesión de “Los Pasos” se hace entera y sin recortes, cuando ha hecho mucho calor por la mañana y ha sido dura, por la tarde vienen menos braceros al Entierro. Pero esto ocurre desde mucho antes que yo empezase a pujar con mis dieciséis o menos años.

La primera situación extraña fue pasar lista muy tarde. No fue un factor decisivo, pero tampoco ayudó y forma parte de la cadena de pequeños desastres que dio lugar a un desastre mayor. Veinte minutos antes de salir la procesión se pasó lista. Y entonces ya se veía que faltaba mucha gente. Demasiada. Al finalizar la lista el seise arengó a los braceros para que “aguantaran” en su puesto todo lo que pudiesen y no se fueran. Flaca solución. Ahí se agotaban las ideas.

Yo no vi a braceros titulares irse a otros pasos después de pasar lista, como se ha afirmado. Desde luego no se fueron de la zona delantera, la de los bajos. En todo caso, los pocos suplentes que teníamos fueron “reclutados” por otros seises más avispados. Y en nuestro caso podíamos haber hecho otro tanto… Pero tampoco se hizo.

Como el espacio en las Carbajalas es muy limitado se esperó a que el paso contiguo en nuestra carpa saliese para ponerlo en hombros y ver cuántos huecos había. Para entonces el inicio de la procesión estaba en la calle y comprobamos con la en delantera del paso tenía la mitad de los braceros necesarios. De 30 almohadillas que hay en la delantera, había 15 ó 12 que lucían vacías, negras e inexorables.

A las almohadillas vacías no se las puede camelar, ni envolver en palabras. Ni edulcorar pues están llenas o vacías, no un poco vacías. Se acabaron los autoengaños, las explicaciones fantasiosas y la complacencia. Llegó la realidad. Quedamos como en el cuento infantil del traje del rey. Quedamos al descubierto, desnudos, con las miserias al aire y sin plan B. Sin ideas y sin saber qué hacer.

Y aquí se acaba la historia. En serio. Descubrimos que no había gente, ni repuesto y nadie supo qué hacer. El resto fue lamentable y produce vergüenza ajena.

 

Cada Miércoles Santo los suplentes permiten cubrir los huecos en la parrilla, pero el Viernes Santo no. Ya no hubo suplentes. No había gente de una estatura entorno al 1,70 (es lo que yo mido). En la zona trasera del paso, la de los más altos, es decir entre 1,80 y 1,90 metros de altura, todas las almohadillas estaban llenas e incluso un bracero titular se quedó fuera, sin lugar donde pujar ¿Se lo pueden creer? Pues así fue. Hubo gente que se quedó fuera y nadie fue capaz de mover a los braceros para rellenar los huecos.

Un seise del paso, un hermano que le ayuda con la lista, un secretario del paso. Incapaces. Pronto se les unió un abad desganado cuyo tono era de reproche. Como si el paso no perteneciese a su cofradía y el problema no fuese con él. ¿Curioso no?

Por allí pasaron varios seises y antiguos abades. Con su capa blanca y capirote en mano. Alguno vistiendo traje de calle en medio de la procesión, como es su costumbre. Todos fueron a enterarse de lo que ocurría y desaparecieron. Mal presagio. Como el enfermo terminal que no tiene medicina, sino buenas palabras.

Toda esa gente que toma decisiones, ordena, manda, decide o colabora. Todos fueron incapaces de encontrar QUINCE personas para pujar. Incapaces de ordenar a los braceros por alturas. Todos los que dirigen… O se dan pisto. Pero una cosa es darse pisto por la procesión y otra muy distinta solucionar los problemas.

Los braceros proponíamos mover a la gente más alta y que avanzasen hacia adelante para completar la delantera con gente más alta. En la trasera estaban dispuestos a “repartir” los huecos. Si había 15 huecos en la delantera, los hermanos de atrás querían asumir 7 u 8 almohadillas vacías y repartir así la carga. Una buena solución a mi modo de ver.

Pero las cabezas bullían. El seise se bloqueó sin saber qué hacer. Pidió ayuda, consejo y auxilio a cuantos pudo. Pero allí tampoco había ideas. Solo se les ocurrió “los altos adelante y los bajos atrás”. Como si eso resolviese el problema por arte de magia.

A pesar de la mala fama de los braceros no se oyó ni una queja, ni una voz más alta que otra ante los cambios. Por estúpidos que pareciesen.

Remedio peor. Los tentemozos de ese paso son más altos en la trasera y más bajos en la delantera, con los cual los bajos apenas alcanzábamos a levantar lo suficiente el paso para ponerlo sobre los mozos. Tras un cuarto de hora se dieron cuenta de lo absurdo de la decisión y todo el mundo regresó a su lugar. Se dilapidaba un tiempo precioso.

Se nos dijo que se había enviado a buscar suplentes de otros pasos. Después se acusó a algún paso de insolidaridad, en el clásico sistema de echar la culpa a los demás. El desastre se intentaba desde ya anotar en la cuenta de otros.

Lo cierto es que aparecieron varios hermanos de una altura superior al 1,70 mts dispuestos a pujar. Pero nadie supo disponerlos en el paso. Nadie supo mover a unos braceros que hubiésemos hecho cualquier cosa con tal de sacar a la Virgen de la Amargura a la calle, como es nuestro deber.

Se intentó la salida del paso. A la desesperada. Buscando el milagro. Pero con solo la mitad de braceros en la delantera el esfuerzo era descomunal. El paso fue dando tumbos desde la puerta de las Carbajalas hasta alcanzar la carpa de la plaza del Grano. Menos de cien metros. Un trayecto mínimo hecho en medio de una agonía, así que allí entró y se quedó durante la procesión del Entierro.

Cualquiera que sepa o haya visto un poquito de Semana Santa se puede imaginar las caras. Rabia, lágrimas, impotencia, tristeza… Los pasos de San Juan y La Soledad asistieron al espectáculo. Sus braceros pueden dar fé de lo que cuento. Como yo doy fé de su solidaridad, cariño y de su hermandad. De sus abrazos, de sus palabras de apoyo y de consuelo.

A todos nos ofrecieron un lugar para pujar, a los niños hueco en la bandera, en los faroles o el incensario. Un lugar en su paso. Los braceros de la Amargura se desperdigaron por toda la procesión, al Descendimiento, al Santo Sepulcro, a la Piedad, cómo no, al San Juan y la Soledad… La Amargura cubrió muchos huecos en otros sitios.

Otros respondimos con orgullo herido. Y la bandera de la Amargura, con faroles e incensario salieron a la calle. Y con ella un puñado de braceros que nos negamos a pujar en otro sitio que no fuera nuestra virgen. Y su seise. Para unos la procesión de la vergüenza, para otros el grito de rabia, de coraje herido.

Que todo el mundo sepa y vea que la Amargura se ha quedado en casa porque nadie ha sabido encontrar QUINCE braceros entre 1.800 hermanos. Porque nadie ha sabido colocar a los braceros por alturas a gente dispuesta a hacer lo que sea, hasta lo más absurdo con tal de ver a su Virgen en la calle.

Vergüenza, escándalo, ignominia, oprobio, deshonra…, para todos los que contribuisteis a que la Virgen de la Amargura se quedase sin salir, cuando se podía. Para los que no han sabido, ni han podido…, ni han querido. La vergüenza cae colectivamente en todos y cada uno de los responsables de la cofradía. No solo en el seise de la Amargura, sino en los que le negaron auxilio. En todos los que ese Viernes Santo volvieron a ser Pilatos. Los que se lavaron las manos para evitar problemas y para los que condenar a la Amargura era la opción más cómoda.

Vergüenza a los Judas, que se dieron la vuelta con una media sonrisa, tras conocer los problemas por los que pasaba la Amargura. Tal vez deseosos de ver una humillación por sus rencillas, envidias o quién sabe. A ninguno se les pasó por la cabeza recoger la blanca capa y aparcar la vara brillante y “meter el hombro” para que la Amargura saliese.

El desastre se pudo haber evitado y la Amargura pudo haber salido esa tarde. Estoy convencido. Allí hubo una cadena de malas decisiones, el seise se bloqueó sin saber qué hacer, ni él ni los que están a su alrededor. Pero pidió ayuda, creo que con honradez y se le negó el pan y la sal. Era el momento de mostrar grandeza y salieron a la luz las miserias humanas. Los intereses personales, mezquinos, ganaron la partida a los intereses de cofradía, así que la Virgen de la Amargura se quedó en la carpa.

Cuando regresamos de la procesión y fuimos a ver a nuestra virgen, vimos con horror cómo se habían expoliado las flores del paso. Las flores que sus braceros nos negamos a tocar. Como una metáfora de la tarde del Viernes Santo. Sus verdugos, hoy igual que hace 2.000 años «Repartieron entre sí mis vestidos y sobre mi ropa echaron suertes.»

Mi intención no es dar nombres y apellidos. Sus nombres los tenéis escritos en infinidad de sitios, saludas, páginas web, entrevistas en prensa, correspondencia de la cofradía.